La mano que estrechaba la suya era blanda, fría y húmeda como una lubina en el mostrador de una pescadería. Aquello era una de las cosas que más asco le daban en alguien. La otra era la halitosis. Y tampoco con esa otra manía suya había tenido suerte con aquel sujeto.
– No me lo puedo creer ¿Otra vez el mismo modus operandi?- dijo el periodista apartándose disimuladamente de aquella vaharada de hedor que salía de la chimenea que el otro tenía bajo la nariz.
– ¿Otra vez el mismo qué?- contestó el detective proyectando su aliento desde la alcantarilla a la que llamaba boca.
Se trataba de un robo. El tercero en lo que iba de mes. Sospechaban que se trataba del mismo autor en los tres casos. Por la cercanía de las fechas entre sí, por el objeto robado –siempre joyas- y porque en todos los casos el ladrón había dejado una tarjeta con su firma. Sumamente sospechoso. Indiciario. Casi casi condenatorio. Nadie dijo que la policía de Newark fuera la más lista del mundo. El hecho de que Truman Hicks fuera uno de sus mejores detectives dejaba clara la medida de calidad del departamento.
– Este tipo se ríe de nosotros –continuó. – ¿Cuándo se ha visto que nadie se llame de esa manera y vaya dejando consejitos? Los ladrones no actúan así.
Monsieur Le Moustache. Así se autodenominaba (o al menos eso ponía sobre una estilizada rúbrica) el sujeto que tras cada robo con escalo dejaba en el escenario del delito, sustituyendo a las joyas que robaba, como si retara con ello a la policía, aquellas tarjetitas que contenían, casi como los consejos de las cajetillas de tabaco, frases lapidarias, preceptos de cuidado personal, referentes a la salud del posible lector. Como de buen rollo. Como actuando de buena fe. Equilibrando su crimen con un par de líneas que bien hubiera podido firmar la OMS o una abuelita a su nieto.
“A partir de los 40 conviene hacerse periódicamente revisiones de próstata” rezaba la que el periodista sujetaba cuidadosamente entre dos dedos enguantados para evitar dejar huellas. Y debajo aquella curiosa firma. Tras leerla con detenimiento se la devolvió al agente de la ley. Hicks la cogió con su manaza y arrugándola la metió en la carpeta con el resto del expediente.
– Para resolver este rompecabezas va a hacer falta uno de esos superhéroes de los cómics que tanto le gustan, ¿eh chupatintas? – rio solo su propia broma.- Uno de esos con mallas y calzoncillos amarillos. El capitán Gay y su ayudante culito o uno de esos, ja, ja, ja, ja..
– O un poco de talento a falta de superhéroes – Dijo Ray cortante.
La falta de profesionalidad de aquel idiota le exasperaba. Lo cual sumado a la repugnancia que sentía hacia él cada vez que sus trabajos hacían que se cruzaran no ayudaba en lo referente a las relaciones sociales mutuas. Sentía una especie de molestia sorda en su presencia. Como vital. La pequeña molestia de la vocación frustrada como polizonte le aguijoneaba. Le gustaba su trabajo pero sabía que siempre había sido un sustituto. Era lo más parecido a investigar sin placa que había. Y más desde que le retiraran su licencia de detective privado y tuviera que salir corriendo de Nueva York por aquel asunto. Por otra parte llevar la página de siniestros del rotativo local tampoco podía llamarse una montaña rusa de emociones. Tenía mucho que hacer. A la pequeña ola de robos de aquel maníaco que gustaba de firmar sus actos como Monsieur Moustache y regalar sus consejitos de cuidado personal se unía la misteriosa aparición por la zona de una banda de moteros que no prometían nada bueno. Se les había visto en manada un par de veces bajar de sus máquinas en el local de Nancy a la entrada de la pequeña ciudad. Con sus enormes chalecos de cuero, sus gafas de sol y sus bigotazos. Liderados, decían, por un tal Baffo a lomos de una chooper elegante como su dueño.
– Me voy a la redacción – se despidió. – Allí tengo el whisky que necesito y aquí no tengo. Además, se me ha acabado el tabaco. Y necesito afeitarme.
– Mejor sería que hiciera caso al tal Moustache y dejara de fumar y bebiera menos. No le vendría mal tampoco un poco de ejercicio chupatintas. Y si se afeita.. Acépteme un consejo; déjese el bigote. Dicen que este mes de noviembre se va a poner de moda.
“Lo que hay que oír” se dijo para sí el periodista. ”Hasta alguien como Hicks me da consejos de salud y aspecto. Voy a tener que empezar a cuidarme”.
(Continuará)
Por Juan Antonio Espeso, Randy.
Escritor vallisoletano. Ha escrito ensayo histórico, filosófico y sociológico, narrativa infantil y novela, entre otros géneros. Os recomendamos Cruzada, su última novela, y Si te gustan las rubias eres un machista . Es autor de los blogs Estrategia de Bandos y Eres un menos mola.